miércoles, 3 de marzo de 2010

Educación

Después de una considerablemente dura jornada laboral, y más quemá que el palo de un churrero, me dispongo a abandonar mi lugar de trabajo. Llego a los ascensores, y entro derrapando en uno que estaba abierto. Dentro, una pija con cara de vinagre cargada de bolsas y con dos portatrajes colgados del brazo. "Hola", digo. No hay respuesta. La puerta del ascensor se abre en el nivel -2, pulso el botón que mantiene las puertas abiertas mientras la pija sale. Silencio. Me adelanto, abro la primera de las puertas que nos separan del aparcamiento, y la sujeto mientras la dejo pasar: con lo cargada que va lo hubiera tenido difícil para abrir. Ni un mísero "gracias". Lo que me faltaba. Me hierve la sangre. Me vuelvo a adelantar hasta la segunda puerta, la abro... paso y dejo que se cierre detrás de mí.

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