lunes, 29 de septiembre de 2008

Achtung, Berlin!

Sigo una línea marcada con adoquines en el suelo. Camino por encima, a un lado, a otro. A veces voy por una avenida, o por una calleja, o por un parque, y cuando menos lo espero aparece de nuevo la línea, que había perdido sin darme cuenta en mi deambular, y se me entrecierran los ojos y algo me oprime la garganta.

La línea define el trazado que hasta hace 19 tenía el Muro de Berlín. Puede que la imagen de los bulldozers derribando los paneles, de la gente golpeando furiosa con mazas y de jóvenes sentados encima con las piernas colgando sea el primer recuerdo que guardo de un hecho histórico de los de verdad.

Tenía muchas ganas de ir a Berlín, muchísimas. Era la gran capital europea que me faltaba. Apenas he estado dos días, y no sé decir si me ha gustado, si ha cubierto mis expectativas. Es una ciudad realmente preciosa, monumental, ordenada desordenadamente y llena de vida. Pero creo que la valoraré mejor cuando vuelva, con más calma y sin tener que trabajar. Y sin que me pueda la congoja.

En las treinta horas que he pasado en Berlín el sentimiento principal ha sido la sorpresa. Me he sorprendido a mí misma demasiado afectada por la historia. Ésta es la ciudad que más me ha sobrecogido de todas las que conozco. Me he pasado casi todo el tiempo con un nudo en la garganta.

Uno va a París o a Nueva York con la cabeza llena de referencias cinematográficas, o a Roma con los ojos ávidos de arte. En cambio, y sorprendentemente incluso para mí, las referencias que más me han pesado sobre Berlín son las históricas, las de guerra, dolor y humo, las de décadas de división, las de haber sido el cerebro y el corazón de la mayor atrocidad del siglo XX. Proyecto en mi cerebro ese Berlín en blanco y negro que ahora por fin conozco en color, brillante, luminoso y renacido.

Menos de dos días saben a poco. Quiero más, ver más, conocer más, beber más y emocionarme menos. Pero sí, claro que sí se han cumplido mis expectativas tras pisar, por fin, una de las ciudades más impactantes de Europa.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Arf, arf

Qué semanitas llevo, qué semanitas... Necesito unas vacaciones, la verdá. Por eso paso por aquí rapidito rapidito sólo para aplacar a mis fans y para publicitarme.

Esta semana he publicado en Una copa con una de las entrevistas que más ilusión me hacía hacer. Se trata de una charla con Antonio Bartrina, alma de Malevaje, al que admiro y aprecio desde hace la torta de años. Ahí queda.

También aprovecho para comentar la sincolumna de esta semana, que en la home aparece con el título de la semana pasada pero que ha cambiado. Además, creo que es muy comentable, se aceptan aportaciones :)

Hala, ya. Me sumerjo de nuevo en la vorágine. Pero volveré!

jueves, 4 de septiembre de 2008

Back in town

Pues no, al final no fuimos a Chichen Itzá. Salimos de Playa pelín tarde y no nos daba tiempo. La oficina de AVIS de Playa del Carmen funciona bien y tiene buen servicio a buen precio, pero rápidos, lo que se dice rápidos, no son. Llegamos a comer a Valladolid y a cenar a Mérida. Manda huevos, ¿para eso me hago yo 10.000 kilómetros? Ciudades coloniales, bonitas, animadas, habitadas por mayas que hablan en maya, salvo los niños, que "en la escuela aprenden puro español". Y por la noche, de compras y cena y cerveza y copas y concierto. Vaya cinco 'c' tan majas, oye. Faltó sólo echar un par de... canciones de Sabina, una lástima que los trovadores del bar en que estuvimos sólo conocían 19 días y 500 noches.

Al día siguiente, carretera y manta. Y topes, muchos topes. Fuimos a Uxmal, a ver unas ruinas bastante impresionantes y llenas de nidos de golondrinas y murcielaguitos dormidos. E iguanas, claro. Y después, por los caminos de Yucatán, atravesando pueblecitos y saltando con los malditos topes. ¿No pueden poner unas banditas sonoras como dios manda, de ésas que te obligan a frenar un poco? No, no pueden. Lo que hacen es plantar atravesado en la calzada un muro, una tapia, una muralla de cemento que hay que sortear en primera si no quieres dejar los cuernos clavados en el techo del coche. Que se lo pregunten a Lula, que desde aquel día no tiene rizos en la coronilla.

Y bueno, lo que siguió: Chichen Itzá, espectáculo nocturno, vuelta a casa con Froguez esperándonos en la calle temeroso de que a sus niñas mayores les hubiera pasado algo, viaje a Tulum, descubrir que podría vivir descalza e iluminada por velas durante mucho tiempo, una playa aún más paradisiaca que las anteriores, unas ganas tremendas de hacerme hippie, unas cervezas deliciosas en compañía de un amigo al que por fin puse cara, un gatito dormilón que casi se viene conmigo a casa, el sol alegrándome la piel, unos tacos de camarones acompañados de ceviche reconfortantes, una excursión a lo más profundo de Yucatán (en sentido literal) con espíritu de aventura y fascinación, una borrachera de tequila fantástica con acompañamiento musical inmejorable, una última visita a la playa con primeras nostalgias, un café infame que no terminé, la sorpresa de regresar acompañada de Chichén, el nudo en la garganta, la autofoto en el aeropuerto, otro adiós maquillando un hasta luego, un viaje de vuelta en duermevela, Madrid, mi mamá, mi casa, Warhol, mi cama.

Luego hubo chalet, piscina, Expo en Zaragoza y vuelta a currar. Se han acabado las vacaciones, y mato la nostalgia planeando futuros viajes y encuentros. Vuelve la vida de siempre, mi vida que no puedo llamar rutina. Los artículos, las entrevistas, las cañas, las buenas noticias, las sincolumnas, los relatos, las novelas, los reencuentros, las Copascon, los conciertos, los SummerRose, las series, los fines de semana, el primer puente, la tele, el fresco, las visitas, la falta de sueño. Me invade la pereza.

Necesito unas vacaciones.