jueves, 20 de marzo de 2008

La vida es una mierda

Ayer me llamó mi madre cuando estaba en el trabajo. "Tengo una mala noticia", dijo, haciendo gala de mano izquierda. Durante una décima de segundo se me pasaron por la cabeza miles de malas noticias: la imaginación no tiene límites cuando se trata de tragedia. Al menos tenía claro que a ella no le había pasado nada grave, mayormente porque me estaba hablando y además desde casa (bendito sea el que inventó los teléfonos con pantalla), pero aun así el abanico de posibles desgracias era grande.

Transcurrida esa eterna décima de segundo, continuó: "El pequeño de Yolanda, que se ha matado con la moto". "¿Mario?", pregunté abriendo mucho los ojos. "Sí, con 17 años".

Yolanda es mi prima. Nunca he tenido una relación muy estrecha con mis primos: todos son demasiado mayores (de los 40 que tiene mi hermano p'arriba) y sus hijos demasiado pequeños. Envidio a la gente que tiene una legión de primos con los que se lleva genial, con los que juega, con los que crece, como mi hermano los tenía de niño, como Mario, el hijo de mi prima Yoli, los tenía hasta ayer. Bueno, no siempre: ahora no les envidio.

Con todo esto busco justificar que ayer, cuando me llamó mi madre, cuando me dijo qué había pasado, cuando comprobé que la mala noticia no era ninguna de las terribles noticias que había imaginado, lo que sentí fue alivio. Había muerto un niño, mi primito lejano, y eso es horrible. Pero para mí... no sé explicarlo, por eso quería escribirlo, a ver si me sale. Para mí no era una noticia de las que te machacan, no era nada de lo que en centésimas de segundo se me había pasado por la cabeza, y eso me alivió. Como a cualquier ser humano, supongo. O quiero suponer.

A todos nos toca, nos ha tocado y nos tocará en algún momento recibir ese tipo de noticias, de las malas, las peores, y cuantas menos veces, mejor, pensándolo fríamente. Estoy triste, muy triste, pero ésta vez la mala suerte ha ido a parar sobre los que compartían su vida con Mario: su hermano, sus primos, sus tíos, sus amigos, sus padres. Sobre todo ellos: lo peor que le puede pasar a uno en esta vida es perder a un hijo.

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