Ojo, que venga a trabajar no quiere decir que sea una seta. Intento aprovechar los ratos libres (comidas y tardes-noches) para dar vueltas por ahí, conocer un poco la ciudad (hay un manojo de sitios cuyos monumentos he visto sólo de noche), tomar algo y probar la gastronomía típica. Puede parecer que no es la fiesta padre, y no lo es, pero yo me lo paso en grande. Me gusta pasear sola por callejas de un casco antiguo un martes por la noche oyendo sólo el ruido de mis pasos. Me encanta elegir un restaurante que me dé buena espina, sentarme en una mesa y observar, escuchar, leer, escribir y degustar.
Así es como he terminado en el sitio en el que he comido hoy. Algún día escribiré un tratado sobre cómo encontrar los locales más frikis en cualquier ciudad del mundo. Creo que tengo un talento especial para eso.
¿El criterio de elección? Que había salmorejo en el menú, justo lo que me apetecía, ha sido una señal. Bueno, y también el nombre: ¿cuánta gente en su sano juicio entraría a comer en un restaurante que se llama Tormento? Sí, sí, como suena, Tormento.
Decorado con motivos rococó-bucólico-pastoriles-Luis XIV y atendido por dos camareros, un joven efebo menudito con mechas rubias y un sarasón entrado en años repeinado, con pendiente y gafas de pasta que me ha tuteado desde el primer momento sin perder una educación exquisita.
Ah, y la comida estaba buenísima.