miércoles, 13 de febrero de 2008

Me caes mal

Hace unas semanas se armó un pequeño revuelo en los círculos literarios británicos en torno a la figura de Martin Amis, uno de los más brillantes autores surgidos durante la segunda mitad del siglo XX en la pérfida Albión y que no se caracteriza precisamente ni por ser una hermanita de la caridad ni por esforzarse mucho para caer bien. Ahora está en plena promoción de su último libro, La casa de los encuentros, y va dejando caer ante la prensa perlas como “no voy a fingir que me gustan otras culturas porque hay cosas de otras culturas que no me gustan”. Se refiere a los matrimonios de niñas con ancianos en Iraq y otras brutalidades, pero la falta de tacto le ha hecho granjearse una acusación de racista y antimusulmán.

No voy a entrar aquí en si es o no correcta esa actitud ni si lo son o no las críticas que ha recibido, pero resulta curioso que un autor que, por éstas y otras muchas razones –cualquier entrevista que haya concedido a cualquier medio es recomendable, menuda joya-, tiende a levantar oleadas de profunda admiración o de soliviantado odio, sin término medio, haya sido capaz de crear a uno de los personajes más antipáticos de la historia de la literatura. Se trata de John Self, el protagonista de Dinero, un tipo que encaja perfectamente en la definición de desagradable: adicto a todo –incluyendo pornografía de todo tipo-, egoísta, avaro, desleal, caprichoso… No es un antihéroe, porque el antihéroe tiende a caer bien; es una persona a la que nadie querría conocer, ni mucho menos tenerlo como amigo, hijo, pareja o compañero de trabajo.

Self no es, ni mucho menos, el único antipático antológico de la literatura contemporánea. No es un personaje demasiado frecuente dado que resulta muy arriesgado hacer de alguien odioso el protagonista absoluto de una novela, pero de los que han tenido valor para hacerlo algunos lo han logrado con gran maestría. Aunque se me ocurre incluir en este extracto de personajes que caen mal al insufriblemente dubitativo y pretencioso Rodion Románovich Raskólnikov, protagonista de Crimen y castigo, creo que no sería del todo justo ya que su creador, Fiodor Dostoievski, no pretendía que su sufrido personaje cayera tan mal.

El que sí lo pretendía, y lo logró con creces, fue John Kennedy Toole, que con su Ignatius J. Reilly de La conjura de los necios creó algo difícil de superar: el paradigma del odioso, del desagradable, un personaje tan incómodo de leer que el castizo Torrente parece un dandy a su lado. Un auténtico cerdo, glotón, egocéntrico, infantiloide, sucio, depravado y cruel: en ningún momento de la novela el lector llega a ser capaz de sentir nada bueno por semejante individuo.

No tan desagradable físicamente aunque sí una auténtica mala persona es el representante español de este Olimpo: el protagonista de La flaqueza del bolchevique, de Lorenzo Silva. Capaz de llevar una venganza absurda hasta sus últimas consecuencias, es también el único que, aunque sea a ratos, puede provocar en el lector un pequeño atisbo de empatía. Pero no hay que preocuparse: enseguida se pasa.


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6 comentarios:

Calippop dijo...

Como mola Sincolumna!!!

Calippop dijo...

Ah! y linkame, oye! :P

Rous dijo...

¿Y tú quién eres, cómo has llegado hasta aquí y por qué habría de linkarte? Es más, ¿qué es esa cochinada de linkar?

Anónimo dijo...

¡¡¡¡Ese artículo es un plagio clarísimo, lo había leído ya en Sincolumna!!!! ¡¡¡¡Qué desvergüenza, ay de ti como se entere la legítima autora!!!!

Rous dijo...

Tsssssssssss, calla, que luego tó se sabe...

Yelacis dijo...

Y yo pensando que odiar al prota de Crimen y castigo era un pecado inconfesable...