jueves, 14 de febrero de 2008

Silencio en la noche

Ayer estuve en un concierto grandioso, la presentación del nuevo disco de Malevaje, No me quieras tanto... quiéreme mejor, en el Teatro Gran Vía. Merece un comentario en condiciones, y ahora me temo que no tengo tiempo. Pero llegará, llegará...

Lo que vengo a contar ahora es una noticia triste: han cerrado un bar. Creo que es uno de los antros que conozco (y son unos cuantos) que menos me ha gustado (esas cabezas de ciervo en la pared, por el amor de Dios, parecía el club de Filleas Fogg), pero donde he vivido grandes momentos. Por eso estoy triste, mascando recuerdos y esbozando sonrisas evocadoras. Se trata del Balmoral, sito en una perpendicular de Serrano de cuyo nombre no quiero acordarme. En su lugar ahora hay un aparcamiento.

No sé cuántas veces estuve allí, y de la mayoría guardo recuerdos borrosos (siempre llegamos con unas pocas cervezas entre pecho y espalda), pero algunos son imborrables. Solíamos acabar en semejante sitio después de algunos de los conciertos del Antonio Bartrina Trío en Clamores (el resto íbamos al brumoso Cañí) y, a pesar de ser un bar sin música, he oído grandes canciones dentro. Ventajas de ir con un cantante. Allí he oído a Antonio cantar Camino Soria con Jaime Urrutia, le he oído cantar Afiches acodado en la barra, le he oído cantarme al oído Los mareados, casi he llorado al oirle cantar Chorra junto a mi amigo Diego, me he partido de risa oyéndole cantar Quiero ser como tú, del Libro de la Selva, le he oído desgañitarse en la barra pidiendo una birra más sin éxito, cuando los camareros de pajarita y chaleco decían que habían cerrado, habían cerrado.

Ya está cerrado para siempre, y habrá que oir canciones en otros bares, en otras salas, en otros teatros, en otras plazas, en otras calles. Cualquier cosa menos el silencio.

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